Diez novelas breves (III)

Ella y él comenzaron un vuelo tripulado hacia los anillos de Saturno. Era invierno. Y el viaje tardaría varios meses. La idea era que él salieran de la nave para instalar un super telescopio que permitiese estudiar los misterios de los Anillos de Saturno.
Durante el viaje cumplieron con todas las rutinas: limpiaban la nave y echaban los residuos en un depósito blindado; desayunaban, comía y cenaban puntualmente la alimentación que les habían provisto con las nutrientes necesarias. A veces hacían el amor dos veces por día: él sobre ella, ella sobre él, y a veces parados, hasta terminar. Creo que podría decirse que eran felices.
Fueron pasando los meses y las rutinas eran las mismas: dormir, desayunar, limpiar y hacer el amor. Algunas veces, por razones diversas, no lo hacían.


Por fin llegaron a la distancia necesaria de los anillos para instalar el super telescopio.
En esta ocasión, este no era el primer viaje a las estrellas que compartían, decidieron que ella saldría al espacio sin gravedad para instalar el aparato, que de inmediato comenzó a transmitir imágenes y sonidos a la NASA. Cuándo él estuvo seguro de que ella había comenzado a trabajar cerró las compuertas de ingreso y de salida de la nave y volvió y retomó el camino de regreso a la tierra. Ella quedó sola flotando en el espacio para siempre.
Fin de la historia.


Diez novelas nuevas (I)

Él la acompañó a Río de Janeiro. No era posible entrar en el agua porque había alerta de tiburones cerca. Caminaron toda la mañana. Habían discutido la noche anterior y esta mañana se habían reconciliado después de haber hecho el amor.
Comieron bananas en la orilla del agua. A la tarde fueron de compras. Y a la noche fueron a comer feijoada.


Después caminaron un rato más por Leblon, volvieron al hotel, hicieron nuevamente el amor, bien, como siempre. Cuando él ya estaba dormido, a las dos de la mañana, le disparó tres balazos en la cabeza y lo mato. Después ella cambió de identidad y escapó.





* El Negro Fontanarrosa vivió casi toda su vida en Alberdi, un barrio de casas y caserones junto al río en el norte de Rosario. En la comisaría de avenida Alberdi estuvo preso por jugar en la calle a los pistoleros con Crist. Los fue a sacar la madre del Negro. Ellos eran grandes y tendrían que haber sabido que no estaban los tiempos para jugar a nada. Un día Fontanarrosa se compró un Citröen 2CV color verde manzana y aprendió a manejar solo por su barrio. Desde allá, desde la calle Agrelo, venía entonces en auto, todos los días, y pasaba por mi librería. Comenzaba así un recorrido de siete a diez cuadras, según, que lo llevaba a El Cairo con paradas intermedias en la galería La Favorita: ahí trabajaban un montón de amigas a las que el Negro visitaba siempre: Liliana Tinivella, Estela Pomerantz, Laurita Borello, Liliana Vergara, Silvia Aiello y más. Pero nunca después de la siete de la tarde Fontanarrosa llegaba al bar al que le fabricó una leyenda.
  
* Mi primera novela se llamaba 'Respiración artificial'. Yo vivía en Rosario, tenía una librería especializada en literatura y psicoanálisis, y con alguna puntualidad viajaba de vez en cuando a Buenos Aires. No recuerdo cómo nos habíamos conocido Ricardo Piglia y yo. Pero lo cierto es que un día de 1973, en uno de esos viajes que casi siempre tenían que ver con asuntos de la librería, una tarde me encontré con Piglia en el La Paz. Le llevaba mi novela para que la leyera. Él dirigía la Serie Negra de Tiempo Contemporáneo y planeaba comenzar a publicar algunos libros argentinos. Era un día de sol, eso lo recuerdo. Y también el gesto de perplejidad de Piglia cuando abrió la carpeta y vio el título de mi novela. “Pero… -dijo, hizo una pausa y me miró-. Así se llama la novela que estoy escribiendo”. Se sintió en la necesidad de darme pruebas. Y después me dijo que mi novela ya estaba terminada y que el título era mío.
    Volví a Rosario pateándome las bolas. La tarde siguiente, cuando Fontanarrosa pasó por la librería, le conté. El Negro había leído el libro. Le pregunté si se le ocurría un título. Me dijo que lo iba a pensar. El día siguiente, a eso de las cinco de la tarde, cuando pasó, me dijo: 'El agua en los pulmones'. Y a mí me volvió el alma al cuerpo. Mi novela salió a finales de ese año; la de Piglia siete años después, en 1980.

* Otro día, fiel a sus costumbres, Fonatanarrosa pasó, charló con Silvia y con el Lulo, que trabajaban en la librería Signos, miró algunos libros y, antes de seguir su camino, dibujó con lápiz, en un papel pegado con scotch a un fichero, un hombrecito desaforado. “Es un personaje -me dijo-. Se va a llamar Inodoro Pereyra”. No me acuerdo ni qué decía ni para qué estaba el papelito en ese fichero. Sí me acuerdo, en cambio, que no se me ocurrió guardar el primer personaje de Fontanarrosa que vi.

   Una tarde el Negro cayó con una carpeta llena de hojas escritas a máquina. Me contó que después de dibujar por las mañanas y de dormir la siesta no tenía nada que hacer hasta la hora de venir para el centro. Entonces se había puesto a escribir. Fue el primer libro de cuentos de Fontanarrosa. No quiso corregirlo (si había que hacerlo, me dijo, que lo hiciera yo), se publicó en una editorial chiquita que teníamos, Encuadre, y se llamó 'Fontanarrosa se la cuenta. Años después el libro se reeditó como ´Los trenes matan a los autos'.

   Fuera del dibujo, antes o después del dibujo, Fontanarrosa fue un cuentista extraordinario. Señalado desde temprano por Elvio Gandolfo, por Fogwill, por Soriano, la obra literaria del Negro, como suele suceder con los grandes escritores populares, se llenó de lectores y recibió el silencio de la crítica culta. Pero a Fontanarrosa no le importó. No quería eso y no sufrió por eso. En uno solo de sus libros, 'El mundo ha vivido equivocado' (1982), las pruebas son infalibles. En ese libro están, por ejemplo, el que le da título al conjunto y 'Sueño de barrio', dos cuentos magníficos.

* Años después, otro día de sol, fui yo el que pasó a ver al Negro Fontanarrosa. Ya no vivía en Alberdi. Me esperaba en un departamento alto, en la avenida Belgrano, frente al río. Las últimas veces que nos vimos nos vimos ahí. Yo viajaba con alguna regularidad para eso. Y así fui viendo cómo una ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) le iba atrofiando los músculos y lo iba encerrando en sí mismo como en la peor de las cárceles. Pero no dejó de dibujar, de imaginar los chistes de cada día para Clarín y el guión de Inodoro Pereyra hasta que a cada cosa le fue llegando el punto final.
   Esa tarde de 2007, al sol, en el balcón, frente al río, hablamos un rato largo. Hablamos de Rosario Central, hablamos de un cuento que se le había ocurrido y hablamos de nuestros hijos, Franco Fontanarrosa y Lía Martini, que hoy tienen 30 años y que fueron amigos desde chicos. En frente, cerca de la isla, a unos 700 metros de la ciudad, pasaba un barco chino, el Bum Chin. “Estaría bueno -dijo Fontanarrosa- subirse a uno de esos barcos”. “¿Para qué?” El Negro me miró, sonrió, volvió a mirar al Bum Chin, y no dijo nada.